Ni Facebook ni Twitter hacen las revoluciones

En este artículo, E. Morozov argumenta en contra de la extendida opinión de que las recientes revoluciones árabes han sido posibles principalmente debido a las acciones llevadas a cabo a través de las redes sociales, ignorando los mecanismos del activismo real (posición que denomina  “cyber-utópica”). A la visión “cyber-utópica” contrapone la que el denomina “cyber-realista”: la red es una potentísima herramienta, pero difícilmente puede ir más allá de esta función instrumental. Los cambios sociales exigen, sobre todo, un constante “trabajo de calle”. Mover menos el ratón y más el culo [con perdón].

Evgeny Morozov. [fuente]

Se enviaron “tweets”. Los dictadores fueron derrocados. Internet = Democracia.

Por desgracia, este es el nivel de matización que alcanzan algunas notables figuras del periodismo y el análisis político que realizan  del papel jugado por Internet en los recientes movimientos populares del Oriente Próximo.

Ha sido extremadamente divertido observar a los cyber-utópicos (aquellos que sostienen la opinión según la cual herramientas como Facebook y Twitter pueden construir revoluciones sociales) tropezar los unos con los otros para ser los primeros en clavar un clavo en el ataúd del cyber-realismo. Esta [la del cyber-realismo] es la posición que sostengo en mi libro “The Net Delusion”. Defiendo el punto de vista de que las herramientas digitales no son mas que esto, herramientas; y que las mutaciones sociales siguen requiriendo un considerable esfuerzo a largo plazo, tanto en el plano institucional como en el de las reformas sociales.

Ya que las “majorettes” de Internet son incapaces de enterrar el cyber-realismo, ni de sustraerse a la Historia, deben armar su propia interpretación de la posición cyber-realista, que asimilan al punto de vista según el cual “Internet no cuenta para nada”. Es una caricatura típica del cyber-realismo, que en nada se corresponde la visión que sostengo en mi libro. Para muestra, una cita del mismo:

“Internet es más importante y disruptivo de lo que sus más grandes defensores hasta el momento han teorizado.”

Lideres no convencionales

Como ejemplo podemos citar a Malcom Gladwell, considerado casi como un “neo-ludita” por su casi obsesivas críticas al papel que representan las nuevas tecnologías. En un chat en la web del “New Yorker”, poco tiempo después de su provocador ataque contra la “revolución Twitter”[Small Change. Why the revolution will not be twittet] , publicado en octubre del 2010, Malcom Gladwell afirmó explícitamente, por tres veces consecutivas, que Internet podría ser una herramienta efectiva para llevar a cabo cambios políticos, si es utilizado por organizaciones “auto-organizadas” (en contraposición a su utilización por individuos aislados).

Si con este argumento se limita a afirmar que Internet se ha utilizado para promover e incluso para organizar las revueltas de Oriente Próximo, nada tengo en su contra. Para refutar esto los cyber-utopistas necesitarían probar que no hubo coordinación alguna entre las organizaciones locales de activistas, entre sus líderes y sus jerarquías, y que no se reforzaron sus contactos (en línea o no) antes incluso de las primeras manifestaciones.

Por lo que hasta ahora hemos podido ver, las cosas sucedieron de otra manera a la divulgada por la mayoría de los medios. Es cierto que los principales organizadores de los movimientos egipcios en Facebook no son unos líderes revolucionarios en el sentido convencional de la expresión (¿y como podrían serlo, dados los siniestros antecedentes de Moubarak en aniquilar, con el apoyo Washington, cualquier conato de contestación?). A pesar de ello, supieron ejercer un liderazgo y actuar estratégicamente (incluyendo el pasar a la clandestinidad hasta algunos días antes de las manifestaciones) tal como hubieran hecho unos líderes revolucionarios “convencionales”.

 

Nada de espontáneo

La colaboración entre los cyber-activistas tunecinos y egipcios, tan ampliamente celebradas por la prensa, no fueron en absoluto virtuales. Durante una semana, en mayo del 2010, asistí, en El Cairo, a dos talleres (uno y otro organizados independientemente), en los que asistían, de forma presencial, bloggers, informáticos y activistas de los dos países y donde se compartían consejos sobre las formas de actuación y de como evitar la censura. Una de las personas presentes fue el blogger tunecino Slim Amamou, que se convirtió en el ministro de los deportes y la juventud del gobierno de transición de Túnez. Uno de estos talleres estuvo financiado por el gobierno de los EEUU y el otro por la “Open Society Foundation”, de Georges Soros (a la cual estoy afiliado).

Hubo otras muchas actividades como estas, no solo en El Cairo, sino también en Beirut y en Dubai. La mayoría de ellas no fueron actividades públicas, ya que  estaba en juego la seguridad de los participantes, pero ello tiende a desmentir la idea según la cual las manifestaciones fueron organizadas por personas al azar, haciendo cosas, al azar también, en Internet. Aquellos que creían que estas redes eran solamente virtuales y espontaneas ignoraban la historia reciente del cyber-activismo en el Próximo Oriente, por no hablar de los apoyos que recibieron (con éxito en algunas ocasiones y no en otras), la mayoría de ellos provenientes de gobiernos occidentales, fundaciones o corporaciones. Para poner un solo ejemplo, en septiembre de 2010, Google invitó a una docena de bloggers de la región a una conferencia sobre la libertad de expresión, que la empresa organizó en Budapest.

El rastreo de la historia de estas redes de activistas exige algo más que un simple estudio de sus perfiles de Facebook. Requiere una laboriosa investigación, por teléfono y en los archivos, que no puede hacerse de un día para otro. La razón por la que no paramos de hablar sobre el rol de Twitter y de Facebook es la siguiente: las consecuencias de las revoluciones en el Próximo Oriente nos ha dejado con poca cosa más que contar; el análisis político profundo de las causas de estas revoluciones será, probablemente, el gran ausente durante los próximos años.

Todo esto apunta a la verdadera razón por la cual los cyber-utópicos se han enfadado tanto con Gladwell: en un post que completaba su artículo sobre la presencia de manifestantes en la plaza Tahrir, osó sugerir que los agravios que empujaron a los manifestantes a salir a la calle merecían más atención que las herramientas que utilizaron para organizarse. Esto equivale a escupir en la cara de los “Digerati” (N. del T.: del inglés “digital” + “literatti”; se utiliza entre otras acepciones para referirse a una cierta “élite de Internet”); o peor aún: escupir a su iPad.

Así pues, probablemente Gadwell tenga razón: hoy en día, el papel que cumplió el telégrafo en la revolución bolchevique de 1917 así como el rol que jugaron las casetes grabadas con discursos de Jomeini en la revolución iraní  o el del fax en las revoluciones de los países de la Europa Oriental en 1989, no importan ya a nadie, excepto a un puñado de académicos. El fetichismo tecnológico suele llegar a su apogeo inmediatamente después de la revolución, pero tiende a desaparecer al poco tiempo. En su “best-seller” “The Magic Lantern”, uno de los más finos observadores de las revoluciones de 1989, Timothy Garton Ash, afirma que “en Europa del finales del siglo XX, todas las revoluciones son telerevoluciones”. Pero en retrospectiva, el papel representado por la televisión en estos acontecimientos se nos presenta mas bien como anecdótico.

 

Sentimiento de culpabilidad

¿Significa esto que la Historia, de aquí a 20 años,  relegará Twitter y Facebook al olvido? Casi con toda probabilidad, sí. El actual entusiasmo por los cambios políticos liderados por la tecnología está destinado a calmarse debido a un cierto número de razones. En primer lugar, aunque los recientes levantamientos puedan parecer espontáneos a los ojos de los observadores occidentales, y por tanto, inesperados y surgidos como por arte de magia (como un “flash mob” en pleno centro de San Francisco y en hora punta), la verdadera historia de los cambios de regímenes debidos a las movilizaciones populares tiende a disminuir el papel comúnmente atribuido a las tecnologías.

Al hacer hincapié en el rol liberador de las herramientas y minimizando el papel de las organizaciones humanas, no se hace si no dar argumentos a los americanos para poder airear su propia contribución en los acontecimientos del Próximo Oriente. Después de todo, ya que tal revolución no hubiese sido posible sin Facebook, entonces Silicon Valley merecería una gran parte del mérito por su contribución.

En segundo lugar, los medios “sociales”, por su gran virtud de ser “sociales”, se suelen prestar a análisis y estimaciones poco rigurosas, generalmente realizadas por “expertos” de de dudosa “experiencia”… En 1989, la industria del fax no utilizó un ejército de “lobbistas” ni los usuarios del fax sintieron un apego a sus máquinas, semejante a aquel que anima a determinados personajes en relación a su todopoderosa red social.

Es posible que las reivindicaciones desmesuradamente revolucionarias de los medios de comunicación (sobre todo en Internet) que actualmente circulan en Occidente no sean más que manifestaciones de un cierto sentimiento de culpabilidad de Occidente por pasar tanto tiempo en las redes  sociales: después de todo, puede pensarse, si esto ayuda a que la democracia de asiente en el Próximo Oriente, esto no puede ser tan malo como jugar al “poker on-line”  o en “Farmville”.  Pero la historia reciente de las tecnologías sugiere que el entusiasmo por Facebook y Twitter se desvanecerá gradualmente a medida que su audiencia migre a nuevos servicios. Seguro que los tecnófilos se ruborizarían ante la sola mención de aquella seria conferencia académica a la que asistieron, enteramente dedicada a la revolución Myspace.

Finalmente, las personas que son nuestras fuentes directas de información sobre las manifestaciones pueden, simplemente, estar demasiado excitadas para poder proporcionarnos un punto de vista equilibrado. ¿Podría ser que el director de ventas de Google, Wael Ghonim, probablemente el primer revolucionario con un diploma MBA, que emergió como una personalidad pública de la revolución egipcia y que está preparando un libro sobre la “revolución 2.0”, haya exagerado la importancia de la tecnología en detrimento de su propio papel como líder del movimiento? Después de todo, no se conoce disidente soviético que no crea que el fax haya derribado al Politburo, ni antiguo empleado de Radio Europa Libre o de La Voz de América que no piense que las ondas occidentales hayan sido las que provocaron la caída del muro de Berlín.

Esto no quiere decir que estos dispositivos de comunicación no hayan tenido su importancia en las rebeliones de estos diez últimos años, pero no debe olvidarse que las personas directamente implicadas pudieron no tener una apreciación exacta de la manera en que se desarrollaron los acontecimientos. Si no quieren verse condenados a unas penosas discusiones de café sobre los días gloriosos del fax y de Radio Europa Libre, los cyber-utópicos de hoy en día deberían desconectarse de Facebook y ponerse a trabajar un poco mas duramente.

 

Resumen de Antoni Serra Devecchi

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