Tan escarmentados andamos de líderes que se convierten en dictadores, corruptos o falsos profetas, que tendemos a querer ir demasiado solos y esto puede ser peligroso.
Labordeta fue el penúltimo juglar, nunca quiero decir el último, que arrastró al pueblo hacia la ilusión y la esperanza. Sobre todo en Aragón, pero también en España. Aglutinó voluntades hacia unos ideales sin programas políticos precisos; era bastante suyo. Creo que su intención era despertar a la gente y sacarlos del escepticismo post transición.
Era socarrón, irónico y aparentemente espontáneo, aunque era tímido en las medias distancias. La gente se identificaba con su físico, su voz y el tono bastante pueblerino, no cateto. Le salían a flote sus raíces. ¿Sabéis qué son las raíces? Eso que se está perdiendo en la vida de las ciudades y que tienen los padres y los abuelos. Preguntadles a ellos. Tener presentes las raíces da mucha energía: es aprovechar el alimento de la tierra, y no sólo del sol y el viento.