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Dicen que John se paseaba por las fábricas de Londres y Cambridge después de charlar con sus amigos del club. A pesar de ser terrateniente sus preocupaciones eran muy distintas a las del común de los barones. Él, como “todo el mundo”, había vivido la increíble expansión industrial. Había visto crecer la cantidad de comida, electricidad, ropa y movilidad producida por un capitalismo que parecía no tener rival. Se podía imaginar un mundo de utopía, donde los avances en todos los campos llegasen a un punto en que no costase nada de producir comida, energía, ropa, casa y puzzles y, por tanto, todo el mundo pudiese tenerlos. ¡Gratis! Era un mundo de felicidad o, mejor dicho, de falta de miseria. En cambio, John, veía como a pesar de esas mejoras, cíclicamente, los trabajadores padecían autenticas miserias. Había años en que abundaba el trabajo, los sueldos subían y vivían mejor que cualquier campesino inglés hubiese imaginado un siglo antes. En cambio, otros años no había trabajo y se morían literalmente de hambre. Entender cómo y por qué,en una sociedad que aspiraba a la utopía, se producía tamaña destrucción de la calidad de vida se convirtió en su objetivo. Pronto, en una obsesión, cuando el número de parados al otro lado del Atlántico y en la misma Inglaterra llego a pasar del 35%. Millones de personas sin casas, sin comida, mendigando…a la vez que un montón de tierras se quedaban sin labrar y fábricas sin producir. ¿Cómo era posible?