Desintermediación en democracia ¿en qué sentido?

¿Es la democracia directa, la proliferación de referendos y consultas ciudadanas, la única forma de desintermediar el ejercicio de la democracia?

A menudo parece que la única respuesta a dicha pregunta es un sí rotundo. Las Tecnologías de la Información y la Comunicación — Internet, la telefonía móvil… — han supuesto, sin duda alguna, una revolución en el potencial de la participación directa: información ingente, ubícua y a coste prácticamente nulo; incontables formas de deliberar y negociar con nuestros pares, sin límites de espacio ni de tiempo; crecientes posibilidades de emitir votos u opiniones de forma fiable y segura; etc.

Sin embargo, y a pesar de las grandes oportunidades que ofrecen dichas tecnologías, hay dos grandes barreras que todavía estamos lejos de salvar:

  1. Que el ejercicio de la democracia directa requiere tiempo, mucho tiempo: informarse, deliberar, negociar y, finalmente, votar, para después pasar cuentas con quien ha implementado la política elegida. Todo el tiempo que uno pasa “votando” no lo pasa “pagando la hipoteca”. Votar, pues, tiene un coste por mucho que reduzcamos las barreras técnicas que dificultan su ejercicio. El coste del tiempo invertido en el ejercicio de la democracia o, mejor dicho, el coste de oportunidad de dejar de hacer otras cosas por tener que participar, como por ejemplo ganarse el propio sustento o pasar más tiempo con los seres queridos.
  2. Que el ejercicio de cualquier modalidad de democracia pasa por ejercer un voto bien informado, y que para estar bien informado no basta con tener acceso a la información y poder leerla, sino que hay que comprenderla. Y comprender una determinada información a veces hay que realizar grandes inversiones en comprender información previa más elemental: ¿cuándo hay que desmantelar una central nuclear?, ¿qué terapias deben financiarse con fondos públicos? o ¿cuál es el presupuesto óptimo de un ministerio de cultura? no tienen respuesta ni inmediata ni fácil sin antes una profunda y amplia comprensión de la materia así como de su contexto.

Estas dos barreras no son en absoluto menores y son, en cierto modo, insalvables si nos obstinamos en en ese óptimo ideal de la democracia directa pura. Mientras queremos volver a la antigua democracia griega nos olvidamos que, entonces, la mayoría de ciudadanos o lo eran de segunda clase o eran, simplemente, esclavos que convertían el ejercicio de la democracia en, de hecho, un trabajo a tiempo completo.

Entre ese óptimo ideal de participar en literalmente todo — irrecuperable salvo que degrademos o esclavicemos a gran parte de los ciudadanos — y dejar las cosas como están cediendo toda la soberanía a los representantes electos, hay al menos tres vías posibles que, además, son más que factibles.

Comportamientos emergentes y reconocimiento de patrones

Hay un clásico durante las campañas electorales que es el del político entrando en un mercado y, besuqueo de niños mediante, le pregunta a la pescatera o al camarero de la tasca “qué es lo que le preocupa” y “qué es lo que habría que hacer para resolverlo”.

Convertida Internet en un mercado y en una tasca global, abierta todo el día para todo el mundo, donde cualquiera puede opinar y decir “qué es lo que le preocupa” y “qué es lo que habría que hacer para resolverlo“, no deja de ser sorprendente no lo poco que se llega a escuchar, sino lo mucho que se llega a despreciar el medio como lugar para hacerlo. Cabe preguntarse si lo que se desprecia es Internet o la población en general, también las pescateras y los camareros de bar.

Con sus sesgos, con sus altercados, con su intoxicación informativa, con todos sus fallos, Internet proporciona información en cantidad y en calidad para quien sabe escuchar. Y saber escuchar no es arrimar la oreja a esas cámaras de resonancia que nos dan la razón, o a dos o tres voces más o menos populares en la Red que se cierran sobre dos o tres lemas machacantes. Se trata de unir los miles de millones de puntos para que al final nos den como resultado una figura. Se trata de entender cada pequeña opinión, cada me gusta, cada comentario como millones de microvotos que no tienen peso en sí mismos, pero que ganan masa y velocidad una vez combinados y puestos en relación unos con otros.

Partidos abiertos

Un siguiente paso incluye ese mismo saber escuchar, pero esta vez dentro de las instituciones tradicionales de la democracia, especialmente los partidos.

Es una afirmación vehemente pero ampliamente difundida el decir que los partidos se han convertido en perfectas maquinarias de expulsar talento. Las complejas estructuras internas, verticales y jerarquizadas, con adscripciones a largo plazo y que fomentan la no disensión, acaban pasando por encima de participaciones más horizontales, puntuales, especializadas en un aspecto o interés concreto.

Si las jerarquías podían justificarse en aras de la eficiencia y la eficacia para organizar la empresa de ganar votos, Internet pone en tela de juicio ambos supuestos: ni la jerarquía es necesariamente más eficaz ni más eficiente.

Por contra, en el acto de decidir quién forma parte del partido y quién no, quien forma parte de la ejecutiva o la sectorial y quién no, necesariamente optamos por dejar fuera una importante cantidad de capital humano.

Los partidos pueden buscar talento más allá de la filiación política, de la adscripción al partido. Los partidos pueden colaborar puntualmente con plataformas ciudadanas, con ONG, incluso con otros partidos en cuestiones que les sean comunes — aunque difieran en otros puntos de los respectivos programas.

Este tipo de colaboración más horizontal requiere valentía: valentía para colaborar con “oponentes” políticos, valentía para poder actuar bajo “marcas blancas” para hacer visibles las políticas y no los políticos. Valentía, al fin y al cabo, para trabajar para los fines y no para los instrumentos (los partidos).

Participación híbrida

Por último, y sin necesidad de prescindir o reemplazar instituciones de la democracia representativa como los parlamentos o los partidos, sí es posible prescindir de algunas de sus funciones trasladándolas directamente al ciudadano.

La primera función con opciones a ser reemplazada ha sido, porpularmente, el voto. No el voto para elegir los representantes de los ciudadanos, sino el voto de dichos representantes para elegir las políticas públicas que se llevarán a cabo o las normas que van a regular la vida de los ciudadanos.

Vale la pena apuntar que el voto no es sino una pequeña fase del ejercicio de la democracia, precedido por la información, la deliberación y la negociación, para ser seguido por la transparencia y la rendición de cuentas.

Más allá, mucho más allá de la mera substitución de unos representantes por unas urnas virtuales, lo interesante es poder mejorar, enriquecer, el resto de procesos. Iniciativas como Democracia 4.0, herramientas como Liquid Feedback usada por el Partido Pirata alemán, o propuestas como el hybrid model of direct-representative democracy persiguen mantener las instituciones de la democracia representativa a la vez que pretenden (re)introducir al ciudadano en las mismas: en la medida que quiera, en la medida que pueda.

Se trata de que la información no circule únicamente entre instituciones o dentro de ellas, sino también entre los ciudadanos. Se trata de que estos puedan deliberar entre ellos así como con sus representantes electos, apuntándoles sus necesidades, contribuyendo con sus conocimientos especializados. Se trata de que en la elaboración de prioridades que persigue la negociación no se deje nada ni nadie de lado, a ninguna voz por escuchar. Se trata, también, por qué no, de recuperar la facultad de votar directamente cuando uno así lo considere conveniente. Se trata, por último, de realizar una acción de rendición de cuentas constructiva y no combativa, desde las ideas y no desde los partidos.

En el fondo, se trata de recuperar cierta soberanía sin morir en el intento, manteniendo lo que funciona en las instituciones y eliminando, transformando o traspasando al ciudadano lo que a este pueda interesar o donde este pueda contribuir.

Es co-responsabilizar (de nuevo) al ciudadano en la toma de decisiones. Es, sobre todo, más democracia.

Ismael Peña-López
http://ictlogy.net

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